Las mujeres no somos tortugas


 




La maternidad está sobrevalorada.  La maternidad no es una bendición, es un compromiso que la mujeres contraemos para toda la vida y que ni siquiera durmiendo se nos olvida.  A veces despertamos por la noche y apenas  entornando los ojos lo primero que nos  viene a la mente es el nombre de nuestros hijos.  No lo sé, pero estoy segura que más allá de la muerte nos mantenemos atadas a los  hijos en los pliegues de su piel o en la mirada de sus ojos, que no es otra que la nuestra.

Las mujeres no somos como las tortugas que llegan a las playas a desovar y luego poco a poco, como les permite el peso de su caparazón regresan al mar dejando los huevos al amparo de la naturaleza.  Las mujeres no somos pájaros que por un tiempo alimentan sus crías y tan pronto aprenden a volar  abandona el nido.  Tampoco somos árboles que esparcen sus semillas para que el viento, el agua o las aves las lleven a donde puedan germinar.  Cuando una mujer decide ser madre sabe que ha contraido un compromiso infinito.  

No todas las mujeres han nacido para ser madres y otras prefieren postergar la maternidad por diversas razones.  Pero la inmensa mayoría de las mujeres por decisión propia o por imposición y costumbre de la sociedad asumimos la maternidad como parte de un rol que nos ha tocado desempeñar.  Algunas tratamos de hacerlo lo mejor posible, otras precariamente, dependiendo de los recursos o del deseo genuino de dedicarle todo el tiempo y esfuerzo a la crianza de un hijo.

La decisión de Tribunal Supremo de Estados Unidos rebocando el derecho al aborto nos vuelve a colocar en una posición débil.  El argumento esgrimido es que cada estado puede legislar y mantener el derecho al aborto.  Entonces cada mujer que decida abortar puede moverse al estado donde el aborto es legal.  Bien, no es tan fácil.  Hagamos un pequeño ejercicio, que yo denomino "vamos a ponernos en los zapatos del otro":  mujer comenzando en un trabajo se da cuenta que está emabarazada y en  el estado donde reside el aborto está prohíbido,  El miedo a ausentarse y perder el empleo la lleva a postergar la decisión y prosigue con su embarazo.  Al comienzo del embarazo comienza a sentir los efectos típicos del mismo, tales como: vómitos, mareos y cansancio extremo.  Entonces su patrono comienza a cuestionar sus ausencias y falta de efectividad en el trabajo.  Finalmente esta mujer pierde su trabajo.  Estoy segura que puede haber quien no crea que esto ocurre en Estados Unidos, el país de la abundancia y  protector de los derechos civiles.  Les invito a repasar algunas decisiones de la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en Empleo (EEOC) y lean las experiencias  por las que pasan gran parte de mujeres  que deciden contar su historia.  Hay otras muchas mujeres que ante este discrimen rampante se mantienen calladas para evitar ser identificadas como personas problématicas.

Puede ser que alguno de ustedes al leer este ejemplo puedan pensar que toda mujer que enfrenta la maternidad y no tiene trabajo o carece de los medios necesarios para la manuntención del menor puede acudir a las ayudas del gobierno.  El caso es que no todas las mujeres deseamos vivir o perpetuarnos en un estado de beneficencia.  Vamos a contar también a las mujeres que luego de interrumpir su vida profesional deciden regresar al mundo laboral para enfrentarse con la triste realidad de que no encajan en el perfil que buscan las empresas.  

No, la maternidad no es una bendición, es un compromiso.  Toda mujer que se enfrente al dilema entre detener o continuar con su embarazo debe contar con todos los recursos a su alcance para que pueda tomar una decisión  informada y que no atente contra su salud.  Se nos ha restringido un derecho y como siempre ocurre, la pérdida de un derecho afecta a los más vulnerables, ya sea por su condición económica, raza, género o edad.

Desde el origen de las civilizaciones, comenzando en Egipto y pasando por la Grecia clásica hasta nuestros días, las mujeres hemos arañado y luchado por nuestros derechos.  Hemos leído libros en la oscuridad, hemos publicado libros  con seudónimo de hombres y cuando se pensaba que ciertas mujeres sabían demasido o rompían el esquema; morían quemadas en la hogera y a otras les arrancaban los ojos.  Para cada derecho adquirido hemos peleado una batalla.   Tal como está el nuevo estado de derecho, no nos queda más remedio que comenzar otra lucha. 

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